domingo, 13 de septiembre de 2009

“Ahora son 34 cosas”

Del cuello para abajo todo lo ven, son gemelos, casi siempre tienen el mismo color en su iris, aunque conozco casos en los que uno es diferente del otro, u otros en que cambian de color dependiendo del estado de ánimo de quien los porta, nunca se verán frente a frente, ni siquiera a través de un bisco pueden lograrlo, el límite, la nariz impide hacerlo, quizás los biscos sean quienes logran acercarlos, pero aún así nunca se verán frente a frente.

Nuestro reflejo en el espejo, en un lago o en una ventana es la única posibilidad de poder ver nuestro rostro, el lugar donde habitan este par de gemelos que por más intentos de vueltas que hagan necesitan de un instrumento que los refleje para verse ellos mismos y al resto del rostro.
Cuando era pequeña, necesitaba ver mi reflejo en cualquier parte, en un enfriador, en un retrovisor, hablaba mirándome al espejo y hasta hace poco me veía llorar ante él, otro vicio particular que tenía era mirarme en él antes de hablar con alguien, antes de decir una mentira, o antes de decir un secreto; me miraba ante él tratando de ocultar mis emociones pero se me olvidaba que al mirar a alguien a los ojos, el poder de mi reflejo lo tendría los ojos del otro y ellos no me dirían la verdad acerca de mis gestos y mis emociones, son demasiado pequeños y muchas veces se invaden de brillo o lágrimas que opacan mis emociones y dejan relucientes las del otro.

Nunca olvidaré cuantas veces me mire en el espejo hablando por teléfono, tratando a pesar de las distancias de no hacer gestos que hirieran al otro (gracioso pero cierto) , buscaba como hablar encerrada una habitación, pero donde estuviera presente este artilugio, que se me volvió indispensable, aunque por más de diez años no lo tuve en mi pieza. Quizás este llegó cuando sentí la necesidad de tener privacidad, de no peinarme y mirarme en el espejo del cuarto de mis padres, sí ahí en ese momento, cuando llegó la adolescencia y estar bien se convirtió en una prioridad.

A través de los ojos no sólo se ve lo físico, a través de los ojos la mente imagina, al igual que con los sonidos, los olores y lo que toca. Dos tres al revés, mirándose se ven en la portada, de primera impresión parece más bien un libro de matemáticas que de breves relatos, sobre los objetos más prácticos y a la vez más insignificantes que rodean nuestra vida; un texto que al abrirlo parece ser muy común, pero que después de leer el relato del teléfono, a pesar de no ver mi rostro siento y sé que mis ojos al igual que mis labios están sonriendo porque lo que dice ahí dentro también me ha pasado.

Cuando nací ya el teléfono existía, no era mi necesidad, creo que nunca esperaba llamadas, si estaba dormida no escuchaba su rinrineo, que es simplemente insoportable cuando estoy tratando de continuar en ese sueño que cuando despierte me costará recordar. Aquella vez que ese niño me dijo que me llamaría, ese que ya era inalámbrico, (un celular grande) se convirtió en mi eterno acompañante, no tenerlo al lado, no saber donde estaba o simplemente tenerlo descargado u ocupado, cuando la segunda línea sólo era un sueño y el identificador de llamadas no hacia presencia en mi casa (había que pagar adicional), el teléfono se convirtió en mi obsesión, eso si antes que llegará el celular.
Los dos cumplen la misma función, fueron hechos para comunicarse, pero son dos creaciones de pura espera, generadores de ansiedad, chismes, secretos, no hay existe tal grado de curiosidad como revisar la bandeja de los mensajes en el celular del novio, del man que te gusta o de tu papá que piensas tiene una mosa; o mirar la pantalla, ver un número desconocido y pensar que es aquel de quien esperas la llamada, llamándote de otro celular porque se le acabaron los minutos. Las excusas encontraron respaldo en un objeto tan pasajero como el celular, cuya vida útil cada vez es más corta, “no tengo minutos”, “se me descargo el celular”, “no tenía señal” , “a mi no me llego ningún mensaje…”, sin pensarlo el hombre invento un escondite particular, cuando te llaman a tu casa y contestas saben que estás allí, pero… ¿qué pasa cuando te llaman al celular y te preguntan dónde estás?, puedes estar en cualquier parte y en todas al mismo tiempo, simplemente con el celular estás donde quieres estar.

Creo que a mis ojos no les gusta mucho, ser opacados por aquellas gafas de marco negro estrecho que hacen que vea todo más claro, es que me vuelven ajena a mis miradas, simplemente no pertenecen a mí y no quiero que lo hagan. Los dos tres siguen ahí estáticos, en ese fondo verde limón, los veo claros, al menos no están lejos porque la miopía no me dejaría reconocerlos, he pensado en ponerme esas “lentejas de vidrio”, pero prefiero esforzar la mirada que seguir sintiéndome ajena, doy vueltas en la cama tratando de encontrar la posición más cómoda para seguir leyendo y que no me incomode más este cuello ficticio del que si soy ajena por completo; ya mi cama no me recibe, parece que me quisiera sacar y eso que soy de las que piensa que la cama llega a parecerse tanto al dueño que es imposible que lo saquen o que éste se caiga de ella, la forma del dueño está ahí dentro, como si el colchón hiciese un hoyo que sacará los brazos y apretará fuertemente a quien reposa en él cada amanecer, cada tarde, cada noche la revelación del inconsciente convertida en sueños a blanco y negro, otras veces a color con sabores y olores que como decía un profesor “aquellas personas que sueñan a color y dentro del sueño dejan inmersos todos sus sentidos, tienen un cerebro bastante desarrollado”.

Las letras siguen formando en mi cabeza un montón de imágenes y sé que mi vista todavía sonríe con las cotidianidades y los recuerdos de esas 33 cosas que han estado presentes en menor o en mayor forma durante mi vida.
Pero ahí está, amarrándome la cosa número 34 que hace apenas cinco días llegó a mi vida y a pesar de que todo mi cuerpo ha intentado expulsarla, permanece ahí. Ese cuello ortopédico me deja sin respiración, no me permite hablar como siempre, hacer esfuerzos me duele y la incomodidad también, no corresponde a mi talla, pero al igual que yo se intenta acomodar a mi, no habla, pero sé que por las noches descansa y deja de atormentar a mi cuello; suelto no representa ninguna amenaza pero atado a mi, me asecha no me deja ver mi cuerpo, me convierte en una incapacitada.

Todo fue muy rápido, las llantas no respondieron a la dirección, el piso estaba húmedo, devolví toda la cabrilla, cogió fuerza y no la puede detener, el sonido de las llantas rechinar termino en frente del separador, una, dos vueltas campana (que creo se llama así porque el carro termina parado), y ahí está, el carro bajando hacia Bello en la mitad del carril, 45 minutos después la sirena, nunca había estado dentro y no lo quería estar; ella parece un nuevo mundo por descubrir, cuando pasaban por mi lado les abría espacio para que siguieran, pocas veces me imagine quien iba ahí dentro, pero esta vez era yo la que estaba dentro, amarrada a una camilla de madera, con un cuello de pasta, llorando, sola y a la expectativa del recorrido hasta el hospital, pensé que todo iba a ser diferente, más rápido con la sirena activada, pero no, la sirena sólo se activo al llegar a la autopista Norte, la velocidad del carro era normal, no sé si los otros carros dieron espacio o no, pero ahí estábamos ella y yo frente al Hospital Marco Fidel Suárez (un nombre muy original en Bello). Todo se veía diferente, ya el mundo no está a tus pies como cuando aceleras un carro y sobrepasas al del lado, tú estás bajo el mundo.

¿Niña qué le pasó?, repetí la historia que repetiría por más de una semana a todas y cada una de las personas que me preguntaran por mi accidente, quizás así se me iría pasando el susto de dar vueltas con un carro. “Di vuelta campana…” yo repetía la historia, así como mi mamá repite e insiste que el día que se muera le demos una vuelta en el carro fúnebre por el Barrio Obrero al son de la canción “¿Por quién doblan las campanas?” y yo me digo similar a Spitaletta, quizás cuando nos preguntemos por quién doblan, será por nosotros, casi nunca sabemos por quien suenan las campanas de una Iglesia cuando hay un muerto, yo aprendí que era por un muerto porque después de ser acolita y saber las horas de todas las misas, cuando las escuchaba a la hora que no había misa, mi mamá me recordaba que era por un muerto.

Ahora son 34 cosas que me hacen pensar, 34 cosas que me hacen recordar anécdotas graciosas, tristes, inolvidables, únicas, similares a las de Reinaldo, pero al fin y al cabo cosas de la cotidianidad, cosas que casi nunca me detengo a mirar y pienso por ejemplo, como estoy sentada escribiendo en este computador que ya es portátil, reemplazando aquellos cuadernos que me encantaba estrenar, que me encantaba oler y los cuales no permitía que se arrugaran las puntas de las hojas, esos donde hacia los títulos con lápiz rojo y el contenido con un lápiz Mirado 2, los que uno parte a la mitad en el ICFES, porque se le olvidó que debía responder con ese lápiz en específico, y no con el portaminas que cuando ibas creciendo te dejaban usar en el colegio (y lo agradezco porque sacar punta, era todo un gran proceso que debía terminar en el bote de la basura del salón que siempre estaba en la otra esquina de mi puesto). Sigo escribiendo y me doy cuenta como el lápiz y el cuaderno fueron reemplazados en gran parte por esta máquina inteligente que hicieron de la vida, un asunto más sencillo, más práctico, sin embargo no puedo negar que la sensación de rayar, de dibujar y de escribir confesiones en una hoja de papel, calma la ansiedad, los nervios y deja volar la imaginación, mientras que esta pantalla cuadrada como dice un amigo publicista “limita tu imaginación”.

Yo puedo imaginar con los ojos abiertos, imaginar no es más que crear un propio mundo, un mundo paralelo, donde tenemos el poder, donde ponemos nuestras propias reglas y donde sólo vivimos nosotros y quienes queramos invitar, aunque casi nunca nuestros invitados saben que hacen parte de ese mundo.
Alguien tuvo que haber imaginado que volaba para crear una cometa, así haya sido usada en sus inicios con fines bélicos, alguien tuvo que pensar que si por sus propios medios no podía volar, algo creado por él debía volar a su manera y ser controlado por él mismo, elevar una cometa tiene ciencia, si no sabes mantenerla en el aire, soltar la pita a la distancia correcta se puede caer y enredarse con otra que estaba bien controlada y si no la pones en el lugar correcto para que el viento la eleve quizás nunca suba; es similar a elevar un globo, tiene cinco puntas, sostenidas por cinco personas que deben mantenerlo erguido, mientras uno debajo prende la mecha, al prenderla todos deben coordinar el movimiento, subirlo un poco y dejarlo ir.
Las dos son actividades premeditadas, de paciencia, como debería ser la vida, todos queremos volar, cambiar el mundo, sabemos que podemos, muchos tienen el talento, las habilidades, lo necesario, pero el tic tac del reloj, los estrictos horarios, el excesivo trabajo, la precipitación te empujan y no precisamente hacia el cielo, muchas veces al abismo.

Arriba, abajo, derecha, izquierda, mis ojos se siguen moviendo libremente por entre las hojas, al menos se mueven sin esos lentes estorbosos, como dice Reinaldo con ellos todo se ve más claro, se vuelven costumbre pero estorban, son ajenos, feos y la gente no te mira a los ojos, te mira al lente.
Cada letra, cada palabra, cada párrafo conectados los sigue llevando al mundo de las cosas, allí ellas hablan y sienten, mi cosa número 34 no me deja mover la cabeza libremente, creo que más bien parezco una estatua, pero no tan fea como la que hay en Castilla de René Higuita que lo disminuye de un futbolista heroico a una estructura de cal blanca, robusta y sin facciones en el rostro, quizás quien la hizo lo odiaba, o simplemente se le olvido lo significante que es en un país como este una figura como Higuita, donde el fútbol parece ser el único deporte existente. Él todo un mago del balón, el objeto que como dice tras la portada de los 3 al revés y de frente nunca cae, rebota, se mueve pero nunca cae, pero si ve caer a quienes no lo saben maniobrar y sube hasta el cielo con los magos que lo saben manejar ¿o no han pensado, que sería de éstos personajes, si Fu Hi gobernante chino apelmazara varias raíces duras hasta formar una masa esférica a la que recubrió con pedazos de cuero crudo y creara la primera pelota, madre del balón de fútbol usado por primera vez en 1936 ?.

¿O que sería de estas 33 cosas, si alguien no se hubiera detenido a escucharlas, a saber que sentían, a conocer su historia y a escribirla en pequeños relatos para quien tiene un par de gemelos, ansiosos de no dejar de moverse, de imaginar, de leer y de sumergirse en otro mundo olvidado, el de las cosas, por el momento el de estas 33 cosas… 34 con mi cuello ortopédico?

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