miércoles, 19 de agosto de 2009

"MIENTRAS ELLOS NO ESTÁN"


Con las manos entrelazadas en el cabello recién tinturado de quien está en el lavador, Yurley ha pensado infinitas veces como decirle a su familia que su nuevo novio tiene 20 años más que ella de 23. Con una hermosa sonrisa y dispuesta a realizar su mejor trabajo siempre está la rubia mujer que después de salir del colegio estudió en una academia en Bello y en adelante se dedicó a embellecer las personas.
Antes de las 6:00am, Yurley ya camina por las calles de la unidad Bosques de San Felipe, con su pelo mono de mechas casi blancas, una perfecta dentadura y ropa debidamente combinada: aretas rojas, camisa roja, sandalias rojas y bolso rojo. Entra como toda una diva.
“Siempre tan arreglada ¿cómo haces a esta hora?”. La casa 123, la única con estatus comercial, convertida en centro de estética abre sus puertas para quienes quieren estar bellos. Astrid fue la primera en llegar esta mañana, barre, trapea, sacude, dobla las toallas secas y saca la basura mientras llega la primera clienta de las 50 aproximadamente que visitan Esbeltas un viernes.
Cuarenta años tiene Astrid, de los cuales trece ha trabajado aquí, los rumores dicen que es la más habladora de las cinco trabajadoras. “Buenos días doña Patricia, ¿quiere aromática o espera el tinto que apenas se está haciendo?” “lo espero”, se acerca al baño saca una bata negra del mismo material que su uniforme blanco y con el logo de Esbeltas bordado en la parte superior, se la entrega a Patricia para que se cambie.
El olor a café, mezclado con el color touch y el agua de 10 o de 20, que se usa dependiendo del color y el tipo de pelo de la clienta comienzan a invadir la casa 123. Astrid aplica la mezcla a Patricia y cuenta diez minutos para que el champú color haga efecto. Mientras que apresuradamente se lava su rubio cenizo en el lavador y con agenda en mano hace la lista de citas para llevar a la portería.
“Si buenas, por acá en la portería está doña Estella”, “Yurley llegó doña Estella”. La joven rubia sale del baño ya tiene el uniforme puesto, una camisa, un pantalón blanco de tela impermeable, zapatos blancos de plástico y también el logo bordado.
Doña Estella es transportadora de niños de colegio, soltera y con una figura menos robusta que hace tres meses, gracias al tratamiento de 500mil pesos que compró aquí. “Si, ella siempre es así, llega acosando pero ya la conocemos y somos puntuales con ella”, “¿doña Estella tiene el cabello sucio?”. Yurley la lleva al lavador, le pregunta que si no se está aplicando ningún tratamiento, le recomienda el Masque un producto de Sebastian de la línea de WELLA. “Ahorita le dice a Deisy que se lo apunte, está a 79 mil pesos”.
Enjuaga el pelo corto de la señora, descuelga una de las toallas del patio trasero, donde hay otro tipo de sala con sofás y en el centro el bloque de las revistas: Jet Set, Tv y novelas, Tú, Fucsia, Caras, que arriba escrito en un sticker blanco tiene la subscripción: “Janet Cuartas Arboleda. Cra. 53 #29ª-30 (Interior 123). La Florida, Bello.”
“¿Con las puntas hacia arriba o liso?”, enciende el secador rosado con el que siempre trabaja y del stand morado que sale de uno de los tres espejos que están en la antesala de la 123 agarra uno de los cuatro cepillos azules. “El más grande es para los pelos más difíciles y abundantes, el que sigue, ese el más pequeño para la capul más que todo. Los otros dos, uno para parar las puntas y otro para encresparlas”.
A Patricia el tinte ya le revivió, Astrid le enjuaga el cabello y la sienta en otra de las sillas moradas, enciende el secador y comienza a cepillarla “¿doña Patri y para donde va hoy tan elegante?”, “para el hueco a comprar mercancía y por la noche a tomarme unas cervezas con unas amigas, porque si voy a esperar a que mi flamante esposo me saque, mmm…”. Astrid mueve la cabeza acertando lo que la clienta dice. Al fin y al cabo ella piensa que cuando los hombres están de novios son una cosa, se casan y cambian totalmente, “a mi no me sacan desde que nació Miguel Ángel”.
El sonido de los dos secadores encendidos, el olor a café y la frialdad del día ponen más calladitas a las trabajadoras que por ser inicio de fin de semana trabajan más horas, hasta tarde de la noche. “La idea es atenderlas a todas para que estén bonitas” o por lo menos eso siempre lo repite Deisy Cuartas la administradora que no llega si no hasta las 9:00am.
Al igual que Esbeltas, la unidad ya ha empezado a despertar y con ella las habladurías en la casa 123, ubicada en la esquina de la primera de las dos cuadras de la urbanización, con ventanas sin cortinas y abiertas durante catorce horas al día. Pocos escapan de pasar cerca de ella sin que un comentario sobre ellos retumbe en la antesala o en el primer cuarto del centro estético.
Muchos en Bosques de San Felipe son clientes de Janet, la dueña de Esbeltas que vive en la unidad hace quince años, trabaja en ésta hace catorce y ha hecho seminarios de alta peluquería en París y Argentina. Los que no son sus clientes, son sus peores enemigos en las asambleas que quieren clausurar para siempre este negocio de actividad comercial en la unidad.
Janet tiene 43 años, una cirugía de senos, de cadera y dos de lipo, una antes de su segunda hija de tres años y otra después de ésta. Wilson es su esposo, un hombre atractivo, simpático y coqueto que ha generado más de un chisme por otras mujeres y no precisamente falsos. Es una mujer con carácter, pero hoy al entrar a su negocio parece otra, su mirada es triste y tiene la nariz y los ojos rojos de llorar y su pelo peor que siempre.
Ayer la Secretaría de Sanidad visitó el establecimiento, tras recibir una carta de la administradora que vive a dos casas, en la que justificaba que el establecimiento perjudicaba a los habitantes de la unidad. “Me salvé por estar en la 70, arreglando la entrega del local, es que ni siquiera los anunciaron por el citofono, la administradora estaba en la portería y los dejo entrar”.
Pero este es tan sólo uno de los problemas que en lo que lleva el 2009 ha tenido Janet. Días atrás el nuevo vendedor de WELLA, uno de sus proveedores más fuertes, la llamo para cobrarle 30 millones de pesos en productos. Tres meses atrás había pagado al otro vendedor pero no tenía el recibo. “Yo confió en el otro vendedor…”
De guardar recibos, controlar las cuentas de los clientes que fían, pedir los productos, recibirlos, revisarlos, cancelarlos, cuadrar citas, escuchar sugerencias de los clientes, contestar el teléfono y hasta desmaquillar uñas cuando hay mucha gente está encargada Deisy.
Ella es hermana de Janet, administradora de empresas de la UPB y hoy la del desayuno. La semana pasada lo trajo Astrid, antes Janet invito y esta mañana arepita con quesito y huevitos revueltos les trajo la hermana menor de Janet. Porque como dicen entre indirectas no pueden esperar desayuno de Jenny que a duras penas tiene tiempo de pensar en sus dos novios y en la niña, que no es su hija si no que se la dejo la hermana por irse a vivir con el novio. Y ni de Yurley que tiene turnos muy seguidos durante el día.
Son las 9:00am, Deisy revisa que todo este limpio y si falta algo lo hace, o manda a una de las muchachas que no tenga turno todavía y haya llegado temprano. El horario de las trabajadoras depende de las citas, a excepción de los miércoles que hay turno en la mañana y otro en la tarde para ellas.
Jenny vive en Prado Centro, estudió enfermería y después cosmetología. A pesar de los 20 años que lleva viviendo en Medellín, su acento chocoano no ha desaparecido en lo más mínimo y cuando le preguntan por el novio su blanca dentadura responde todo. “¿Jenny ya organizaste todo?”, en sus ratos libres se sienta en el patio trasero donde está la otra sala, el palco de revistas y el hair spa, un aparato en forma de cabeza, que desespera a la mayoría de clientas y que acelera con temperaturas calientes el proceso de decoloración y tinturas.
Jenny es la única en el centro de estética que hace las limpiezas faciales, meso terapia, masajes de reducción, relajantes y depilación con cera. Los procesos más costosos de Esbeltas. Oscilan entre paquetes de diez sesiones de 400 y 500 mil pesos. De los cuales a Jenny le tocan 200 mil.
A las muchachas les corresponde un 40% de lo que hacen, independiente del proceso. “Nosotros ponemos los materiales, es que si los ponen ellas hay veces son de mala calidad. En otras peluquerías ellas ponen los materiales y se quedan con el 60%”.
Sonia la cuñada de Janet en compañía de Yurley hace el manicure y el pedicure. Astrid, Janet y también Yurley se dedican a los tintes, cortes y cepillados. De la cámara bronceadora está encargada Deisy que cuando no está es reemplazada por cualquiera de las muchachas que conocen el funcionamiento de esta.
Al llegar el medio día han entrado a la casa 123, más de 20 personas para darle turno a la belleza. Como es viernes Sonia también está trabajando, ella sólo trabaja de viernes a domingo, de lunes a jueves trabaja en su casa en Sabaneta. Hace quince días trabaja acá y es la segunda vez que trabaja con Janet. “Yo al principio no quería, ¡Janet no sabe separar lo laboral de lo familiar, lo mismo que Deisy!”.
“Las clientas apenas me están conociendo, ojala les guste porque Yurley es muy apetecida” Ahí esta Sonia en el primer cuarto de la casa, que es la zona de mani y pedi, tiene un tapabocas. Está sentada en una silla contra una pequeña mesa. Una toalla desechable, los esmaltes de masglo, el alicate, el corta cutícula, el removedor, el algodón, la piedra pómez y la crema exfoliante están sobre la mesa. Espera a doña Margarita para arreglarle las uñas.
En la habitación hay otra mesa igual donde trabaja Yurley. En frente un escaparate con productos de Ebel y de Victoria Secrets que vende Astrid y los esmaltes de Masglo que usan en Esbeltas. Afuera un stand más grande con productos de WELLA, de la línea Sebastian y SP exclusivos del negocio. “Mensualmente son facturas de ocho millones de pesos más o menos, todo depende del mes. En noviembre y diciembre aumenta”.
Doña Margarita tiene en el rostro una mascarilla azul, hidratante y desinflamante, acaba de salir de limpieza. Tiene falda corta para no manchar la ropa con el bronceador oscuro que usa para la cámara bronceadora. Mientras cuenta su exitoso viaje a Panamá y Aruba, Deisy pasa constantemente y le pregunta como va con Sonia, la nueva que extrae delicadamente con el alicate los cueros sobrantes de las uñas de Margarita.
Yurley mira con ilusión unas rosas casi marchitas que hay en la parte superior del escaparate, mientras espera que la joven elija el esmalte para maquillarle las uñas. “No sé quien me las trajo, no firmaron la tarjeta”.
Desde el primer cuarto se escuchan las voces altas de las mujeres que están cepillando o tinturando en la antesala. “Voy a comer con mi esposo, tengo que quedar hermosa, me voy a estrenar un straple negro con dorado”. “Ay a mi esposito si le toca arreglar la cocina por la noche, mientras yo duermo, yo le advertí desde el principio”.
La dueña de Esbeltas hoy no ha dejado de preguntarle a las clientas por su signo zodiacal, “los piscis son exageradamente infieles”. En la cocina Deisy prepara una tintura. “Deisy en vez de 50 mejor 60 centímetros, que este cabello me va a gastar más de la cuenta como siempre”. Janet insiste con lo de los signos. Le recuerda a su hermana que hay que quitar el cuadro de la mujer con la serpiente, un obsequio de SP. Viene Amparo que tiene fobia a las serpientes y se desmaya si lo ve, como ya pasó una vez.
Cantando los nuevos éxitos de Radio Tiempo, con una pequeña coca con arroz, carne y ensalada Jenny almuerza en el patio de atrás. Astrid mastica y mastica repollo y lechuga que ocupa la mayoría de su plato de almuerzo, mientras se queja de no poder ser tan relajada como los hombres, y que su marido no la recoja en el trabajo como lo hacía antes.
“Yurley la cita de las 3:30 de la tarde llamó a cancelar”, Deisy toma el teléfono y marca a la casa de Laura una de sus mejores clientas, le dice que puede ir ya porque encontró un espacio para que la cepillen. Mucha parte de su tiempo la dedica a abrir espacios en la agenda para quienes no piden cita con anterioridad y siempre están de afán como Laura. La otra parte la gasta vigilando a su novio con el que lleva diez años, que hace poco tuvo una aventura con una muchachita de la unidad.
Antes que llegue Laura, que le dicen: “ya” y llega diez minutos después, Yurley toma de la cocina su coca. Se sienta en uno de los sofás del patio trasero y cuando se mete la primera cucharada de comida, entra la cita. Sonia le hace el champú a Laura para que su compañera pueda almorzar. Laura siempre espera con paciencia a su peluquera. En tres años han construido una relación de amistad bastante cercana.
“Yo no me doy por vencido, yo quiero un mundo contigo, juro que vale la pena esperar y esperar…” la voz de Luis Fonsi se escucha en la última habitación. Dos camillas, la vacumterapia, la cera y una grabadora ocupan el lugar de trabajo de Jenny. Al lado en el cuarto más estrecho está la cámara bronceadora.
Un vaso de agua en mano, una pastilla que se puede reemplazar por jugo de zanahoria y el bronceador marcado con el nombre de la clienta, entrega Deisy a la mujer de senos grandes y curvas perfectas que acaba de llegar para su última sesión del mes.
El segundo cuarto, ubicado en la antesala está vacio los viernes, el médico va sólo los martes a realizar y revisar los procesos de adelgazamiento y botox. Rubén Darío Restrepo es el único hombre que ha trabajado en Esbeltas, contratado por necesidad. “Para evitarme procesos legales en los tratamientos de adelgazamiento que hago acá y darle seguridad a mis clientas”. Menos de un año lleva trabajando acá el doctor Restrepo y ya tiene clientas fieles.
“Yo los respeto, pero no me gusta trabajar con ellos. Pelean con las parejas y eso es un problema que contamina toda la peluquería, en la 70 me pasó con el gay que trabajaba para mi.” Desde hace un mes Janet clausuró su negocio en la 70 para compartir más tiempo con Mariana su hija menor. Lo había subarrendado pero no funcionó por falta de dinero. “Sólo el mantenimiento de la casa en Laureles era de cinco millones de pesos”.
La tarde avanza acá donde estar bello es lo más importante, sin importar cuánto cueste, ni el tiempo, ni lo que duela. En la antesala dos mujeres. Una espera con gorro plástico que le hagan los rayitos, el proceso más largo de tintes. Otra espera por sus mechas magma, están de moda, son las más costosas, no tienen amoníaco, no dañan el cabello con los químicos como otras tinturas. Un niño sentado en un inflable rojo para darle altura, mueve la cabeza incomodo mientras Astrid lo motila.
En el primer cuarto otras dos mujeres esperan que les maquillen las uñas de las manos, mientras en una ponchera eléctrica remojan sus pies al mismo tiempo que los masajean. Atrás en el lavador alguien espera con el cabello mojado que Astrid se desocupe y la cepille. Deisy contesta el teléfono y programa más turnos, el pito del hair spa anuncia que han pasado 20 minutos, son las 6:30 de la tarde. La pelirroja que ya tiene la raíz negra y es el último turno ha llegado.
Las uñas de las dos señoras del primer cuarto están listas, el niño ha dejado de moverse y Astrid ya está en el lavador con él para quitarle los pelitos sobrantes. A la señora acalorada por el hair spa ya la pueden cepillar. Janet aplica el último tinte del día, mientras que Astrid cepilla. Yurley habla con la pelirroja que cepillará cuando suene el pito. Jenny pregunta la hora estresada por su niña.
Esbeltas va terminando de dar belleza por el día de hoy, el hair spa ha pitado de nuevo. El rostro de Yurley parece feliz porque es el último cepillado del viernes uno de los días más agitados a diferencia de martes y jueves en la mañana que le da tiempo de tinturarse, cepillarse y arreglarse sus propias uñas. Mañana será un día agitado, no sabe si descansará el domingo. Enreda el cepillo en la pelirroja y enciende el secador, mientras una a una de sus compañeras va saliendo.
Jenny se pone un saco de lana rojo sobre el uniforme, toma su bolso y se va mirando el reloj. Detrás sale Astrid corriendo porque de pronto no pasan más buses para Copacabana. Por Janet llegan sus dos hijas para irse a descansar. Deisy toma su bolso. Sale con su hermana, sus sobrinas y Sonia que hoy comerá con ellas. “Ya las alcanzo”. Sonia apaga el celular para no contestarle a su novio, con el que lleva nueve años y del cual se está cansando. Se despide de Yurley y baja a la casa de su hermano.
“Yurley mañana a las 7am para cepillar a Marta”. Hoy es la encargada de cerrar, termina de cepillar a la pelirroja. Aplica silicona en aerosol sobre el encendido color. Muestra a través del otro espejo como quedo su último trabajo del día. La clienta asiente. Le da los 64mil pesos. 50mil del retoque de la tintura que la primera vez le costó 120mil. 12mil del cepillado y 2mil de propina. Yurley se despide y sin perder detalle en quince minutos vuelve a transformarse en la diva bien peinada y bien vestida que hace catorce horas cruzó esa portería.

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